Final del Viaje

La Argentina atraviesa horas decisivas. La crisis de identidad que experimenta el Frente de Todos responde no a su heterogeneidad sino más bien a la disparidad de poder entre quien comanda el Senado de la Nación y tiene una importante apoyo, y el Presidente de la Nación, que carece de votos propios pero ostenta legitimidad electoral. La derrota del domingo ha dejado expuesta a la Dra. Fernández de Kirchner y, paradójicamente, ha fortalecido al Presidente, quien siente que es tiempo de imponer sus términos, incluso, amenazando veladamente con desprenderse de la pata kirchnerista de la coalición.

¿Por qué Alberto Fernández, con su estilo bonachón y desentendido, expresa de manera contundente, ahora sí, que él es el Presidente y que él será quien marqué los destinos de la gestión? En primer lugar, lo obvio: es el Presidente. Pero, fundamentalmente, porque la derrota del domingo en PBA, ante dos candidatos recién arribados –uno al territorio y otro al terreno de las disputas electorales- es una derrota del kirchnerismo, que lo que aportaba y aporta a esta coalición de gobierno es su importante caudal electoral. El Frente de Todos fue de derrotado, sí, pero con las nuevas barajas en la mesa, la debilitada es la Vicepresidenta.

La realidad es que el Dr. Fernández tiene poco para perder. De nulo caudal electoral pero de buena llegada al establishment, Alberto ha decidido hace tiempo que su gestión sea una ordenadora que lleve adelante la reorganización de las cuentas nacionales a efectos de evitar incumplimientos con los acreedores externos. Es decir, su programa económico es cumplir con el Fondo Monetario Internacional. La izquierda lo diría con menos tapujos: un gobierno de ajuste. La Vicepresidenta y su espacio acompañaron este plan de gobierno, en el entendimiento de que podría sobrellevarse el peso de las obligaciones asumidas por el domador de reposeras en nombre del Estado Argentino en 2018 y, a la par, sostener su caudal electoral, al menos garantizar una victoria. Ocurrió todo lo contrario, y pandemia de por medio, el pueblo argentino expresó un rechazo contundente al estado de situación actual, planteando un escenario de furia y desencanto con la clase política que no se veía desde ‘90 y, puntualmente, desde el 2001, fecha de muerte del modelo establecido por el expresidente Menem durante su decenio.

Alberto Fernández pretende que Cristina Fernández de Kirchner acompañe esa propuesta de gestión. Es una invitación al suicidio político de la Vicepresidenta. Ocurre que Cristina tiene que honrar la narrativa que cultivaron ella y su marido, el Dr. Néstor Kirchner, en el período 2003-2007, el de la salida de la crisis, en la que el enfrentamiento y la desobediencia hacia los designios y condiciones del Fondo Monetario Internacional eran la moneda corriente en la Argentina. Sin revoluciones imaginarias, sin frepasito tardío, pagando hasta el último centavo al FMI y obteniendo, a cambio, una autonomía relativa mucho mayor para la Argentina. Tan exitosa fue esa estrategia que los bajísimos niveles de endeudamiento existentes le permitieron a Fatiga Crónica, dictadorzuelo de barrio privado, tomar deuda hasta quebrar al país y anotarse la cucarda de ser el primer no peronista en terminar su mandato en nueve décadas.

Es justamente en ese recuerdo de desobediencia a los designios de las organizaciones de la arquitectura internacional de posguerra en donde radica la confianza que alrededor de un tercio del electorado nacional tiene para con el kirchnerismo y con Cristina. Dicho en buen criollo: si Cristina continúa tolerando el curso de acción y la orientación actuales del gobierno encabezado por el Dr. Alberto Fernández, perece políticamente. Perderá a sus votantes fieles. El Dr. Alberto Fernández, de forma intencionada o no, está sofocando al kirchnerismo, lo está ahogando y extorsionando con su calma chicha, acusando a Cristina de rupturista y golpista. Continúa exhibiendo una performance que destaca por su absoluta perversidad. Un rival digno de temer.

Resulta evidente que a Cristina no le tiembla ni le temblará el pulso, y que irá hasta las últimas consecuencias no por irracional, sino por un estricto y pertinente cálculo político. Alberto Fernández ha demostrado, filtrando una posible aceptación de la renuncia del Ministro del Interior Wado de Pedro y reuniéndose y colectando apoyos de varios gobernadores peronistas, de la CGT y de los movimientos sociales alineados con Emilio Pérsico, que tampoco está dispuesto a ceder e incluso podría decirse que está manifestando que no necesita de Cristina para concluir su mandato.

Si tuviéramos que arriesgar, no sería descabellado plantear que el Dr. Fernández continuará fortaleciendo su posición de una forma no tan confortativa como las exigencias que hace Cristina y que, de forma cínica, podrá ceder alguna ficha ministerial con el objetivo de que la sangre no llegue al río. Esto no será suficiente por dos motivos: en primer lugar, el Dr. Fernández carece de audacia política y no la necesita, porque como ya ha manifestado el día de la derrota electoral, solo quiere terminar su mandato y se sabe carente de votos, por ende no existe punto de encuentro posible entre los objetivos de Alberto y la necesidad de supervivencia de Cristina. En segundo lugar, porque la Vicepresidenta viene manifestando disconformidad con el rumbo del gobierno desde bastante antes de las elecciones, siendo el puntapié de ello el famoso “funcionarios que no funcionan”. Alberto Fernández no podrá “ir llevándola”, a menos que la espada de Damocles judicial del establishment reactive el operativo de encarcelar a Cristina y a sus familiares y colaboradores cercanos. Un poco de apriete sin romper nada.

Ha muerto el Frente de Todos, no así el gobierno de Alberto Fernández, que incluso sin Cristina podría terminar su mandato sin problemas. Cuenta, para ello, con un excelente ejemplo de relativo éxito en cuanto a supervivencia y a hacer los mandados requeridos por el círculo rojo: Michel Temer. La Vicepresidenta no divaga, y como buena lectora política, sabe que Alberto Fernández no cambiará su curso de acción. No lo hizo cuando tenía una posición de debilidad rampante en la estructura de poder, mucho menos ahora. Alberto también ha mandado mensajes en sus discursos de campaña, más allá de los curiosísimos errores no forzados: en uno de esos discursos, ha dicho que él “no va a traicionar a Cristina ni a Sergio”. No lo hará, pero tendrán que someterse a sus designios o irse.

Por Eugenio Costacurta