La Hoguera de los Hipócritas

El diputado Lucas Cácerez acusó en la Legislatura al Gobernador y a los representantes de la Renovación en el Congreso nacional de haber sido “cómplices” de la crisis económica y social que deja el gobierno de Cambiemos, por haber votado leyes que considera “antipopulares”.
Desde esa posición extremista que confunde el diálogo y los consensos con traición, contribuyó a institucionalizar un debate sustancial para las tensiones que existen en la toma de decisiones de los gobernantes en democracia y que, puede decirse, fueron resumidas en la frase de Raúl Alfonsín en su último mensaje a la Asamblea Legislativa: “no supe, no pude, no quise”.
Si se elude indagar en los porqués, instalado en el debate político con toda sinceridad por el padre de la transición democrática, la denuncia de Cácerez quedaría reducida a una chicana para la campaña electoral.

El contexto y la moderación de Alberto Fernández

Es así por el contexto en la que fue pronunciada después de haber silenciado su crítica hasta que conformó su bloque propio en diciembre de 2018.
La misma tarde en que Cácerez, con la voz temblorosa, hablaba de “complicidad”, su candidato Alberto Fernández formalizaba la vuelta de Florencio Randazzo a compartir el mismo espacio político de Cristina Kirchner. A la misma hora, en el congreso de la CTA que decidía la vuelta a la CGT, Máximo Kirchner pronunciaba un discurso en el que se mostraba más preocupado por el día después y enfatizaba en la necesidad de mantener la unidad popular para sostener el probable Gobierno de Alberto y Cristina. Estima se vienen tiempos difíciles no sólo por la destrucción del aparato productivo y la deuda que deja el gobierno de Mauricio Macri, sino por los intereses que habrá que enfrentar. ¿Cuántas veces los dirigentes de la CTA acusaron de traidores a los “burócratas” de la CGT? Buenos, eso queda atrás, y Máximo lo resume en la necesidad de estar unidos por los tiempos que se vienen.
Mientras Cácerez hablaba aquí, Sergio Massa, como delegado de Alberto disertaba en el Woodrow Wilson Center de Washington como parte de una gira por los Estados Unidos buscando calmar a los mercados en con un mensaje moderado.
Cuando Alberto se juega con la frase un dólar a 60 está bien, pide a las organizaciones sociales dejar la calle y a los pilotos de Aerolíneas suspender la huelga, está bajando línea. Su táctica remite al Teorema de Baglini: “la irresponsabilidad de los discursos y posiciones políticas son inversamente proporcionales a la cercanía del poder”. Es decir, cuando no se tienen responsabilidades en la gestión, cuando no se tienen obligaciones de dar respuestas, más irresponsables son los enunciados políticos. Alberto hoy, y Cristina también, cerca de la consagración, aparecen más sensatos, más reconciliadores y más razonables.

Chicanas y la elección del enemigo

Es el contexto en el que Cácerez denuncia la “complicidad” de la Renovación con la crisis que deja Cambiemos. Evidentemente, cuando distingue a la “compañera” Cristina Brítez que cargaría con el mérito de no haber votado nada antipopular, el diputado del bloque unipersonal, lo que está privilegiando es la campaña y desnuda la convicción de que el Frente de Todos, aquí en la provincia, eligió enfrentar al Frente Renovador de la Concordia en la lucha por los votos.
Esto no es nuevo en el diseño de la campaña de Brítez y no merecería atención alguna, como cualquier otra consigna, que son efímeras y circunscriptas a los procesos electorales. Y entrar en contrarréplicas no conduce a nada, como recordarles al diputado y a la diputada nacional que llegaron a sus bancas con los votos de la Renovación. Que fueron puestos por el dedo del “Misio” desde la Casa Rosada o que saltaron de un prestigioso estudio de abogados radicales en Eldorado a la administración del Anses por un contacto con La Cámpora, desplazando autoritariamente a compañeros del peronismo con méritos y trayectorias.
Ese juego de chicanas no tiene fin y sólo contribuye a alimentar los sentimientos de la antipolítica.
Pero llevar la denuncia a la Cámara de Representantes y el día en que la sanción del Presupuesto congrega la visita de las máximas autoridades de los tres Poderes del Estado, abre una instancia de mayor densidad para el análisis. Y es lo interesante ya que dijo en voz alta lo que se agita en la campaña.

La transición democrática

Volviendo al legado de Alfonsín, se fue sin profundizar qué realmente no supo, no pudo o no quiso hacer. Los tres verbos expresados en primera persona del pretérito anunciaban el final de su gobierno. En realidad, de los límites y los tiempos que imponían los estamentos del poder a la transición democrática.
Hay un “no quise” muy claro en la forma de desarticular el levantamiento militar de Semana Santa. Cuando Alfonsín vuelve de “negociar” con los carapintadas en Campo de Mayo, vuelve al balcón de la Casa Rosada y pronuncia la famosa frase: “la casa está en orden y no hay muertos”. Fue una lección para muchos militares que todavía creían que podían conseguir cosas a través de la violencia y una lección también para los fundamentalistas de la democracia que esperaban una reacción más dura del Presidente, que los aniquile. Alfonsín logró que los carapintadas depusieran su actitud, pero el alzamiento logró su cometido ya que pocos meses más tarde el Congreso sancionaba a instancias del Ejecutivo las leyes de Obediencia Debida y Punto Final. Y aquí cabe recordar que Leopoldo Moreau fue uno de los 124 diputados que la votaron a pedido del “jefe del Partido”. En el debate en el recinto se rescató la segunda parte de la frase de Alfonsín que pasó a la historia cercenada, no sólo dijo la casa está en orden, sino que el concepto se entiende con el complemento: “…no hay muertos”. Fue en diciembre de 1986. Entonces la economía equilibrada sostenía el austral que valía más que un dólar. Pero se valoraba la resolución de los conflictos sin que haya muertos.
La trilogía planteada por Alfonsín para explicar los límites del poder político, pone sobre la mesa las tensiones en la toma de decisiones de los gobernantes: ampliar derechos siempre afecta intereses, ¿puedo hacerlo? ¿tengo el suficiente poder para sostenerlo? ¿quiero hacerle pagar el costo a la sociedad y movilizarla? ¿sé cómo hacerlo sin que los poderes fácticos reaccionen?
En la historia reciente, entre las leyes votadas por la Renovación, por Massa, otras provincias, y el randazzismo y que son consideradas por Cácerez muestra de complicidades y contubernios, se contabiliza la que en 2016 permitió el pago a los fondos buitres. Desde el llano, Alberto Fernández, todavía mencionado como ex ministro, lejos de las lides partidarias dio su respaldo político y académico. “El tema de los buitres es una sentencia que debe ser cumplida”, subrayó Fernández en una entrevista, recordando que “la Argentina perdió en tres instancias en un tribunal que el mismo país eligió” y que por eso “no queda mucho margen para hacer otra cosa”.
No es lugar aquí de volver sobre ese debate pero vale rescatar palabras de Graciela Camaño para admitir que no todo es blanco o negro. Dijo “no nos compramos el discurso kirchnerista de ‘Patria o buitres’, pero tampoco nos compramos el discurso de ‘esto o el abismo’ que dicen desde Cambiemos”…Thomas Griesa es el emergente de la incompetencia del gobierno anterior para resolver este tema”.

No queda mucho margen

La expresión del hoy candidato del Frente de Todos es tan clara como la trilogía alfonsiniana: “no queda mucho margen para hacer otra cosa”. Habla de los condicionamientos.
El pronunciamiento popular del 2015 delegó representaciones políticas en Cambiemos y en un amplio abanico de oposiciones en el Congreso. El poder popular estaba dividido. Pero Macri, con el respaldo de la mitad más uno de los argentinos, tenía el apoyo explícito de los poderes fácticos. De su lado jugaban la Embajada de Estados Unidos, Donald Trump y el Departamento de Estado que venía por los gobiernos populares de América Latina, decididos a voltear a Lula y Dilma, a Lugo, a Chavez, al Frente Amplio a Correa y meterla presa a Cristina. Macri sumaba también el respaldo de las patronales del campo argentino, del poder financiero y del entramado mafioso de medios de comunicación, jueces, fiscales y servicios de espionaje.
La política, desde Maquiavelo, se sabe no es mero discurso, es ejercicio de poder y la lucha por ese poder. Del poder político por supuesto, que es el delegado por las mayorías, el otro poder lo tiene el Dinero. No quedaba mucho margen entonces para sostener el funcionamiento de las instituciones. Macri avisó cuando el primer día nombró dos jueces de la Corte por decreto. Sabía que no iba a correr, pero el mensaje era claro.
El desafío central en el Congreso estaba sustentado como la contraparte al poder fáctico: sostener las instituciones ante el riesgo de un Gobierno que no temblaría en establecer el estado de sitio si fuera necesario. Excusas y jueces para intervenir sindicatos o partidos podían fácilmente ganar las tapas de los diarios y reproducirse en las televisiones a modo de entretenimiento. Hay todavía funcionarios de Cristina presos y qué decir de Milagro Sala. Todo un disciplinamiento.
No había mucho margen para hacer cosas. Sin responsabilidades, sin la necesidad de dar respuestas a la gente que los votó, el discursismo combativo, tanto de los diputados de los partidos del sistema como obviamente los de la izquierda anticapitalista, estaban sostenidos en la institucionalidad que custodiaban los otros. Podían hablar porque alguien sostenía el sistema. Había que “viborerar”, saber moverse y rascar un peso para sostener recursos para las provincias. No fue casual la conformación del bloque Argentina Federal para sumar fuerzas en las negociaciones con la Casa Rosada. Negociar, ceder, retroceder para avanzar y conseguir, como enseña el sindicalismo argentino, que aquí es acusado de burócrata, pero en el mundo es ejemplo de muralla al avance de políticas neoliberales. Pero, fundamentalmente, sostener las instituciones y la gobernabilidad del sistema. No hay que olvidarse que la mayoría había votado por la Alianza Cambiemos. Y venían por todo.
Caricaturizando el posicionamiento de los debates en el Congreso estos años, colocaba de un lado al oficialismo que justificaba todo, como siempre y del otro dos sectores: los negociadores obligados a dar respuestas concretas a la gente en sus provincias, del otro los absolutistas que votaron siempre con del Caño y compañía.
Hoy, la moderación que pide Alberto, la unidad del peronismo con Massa, que le votó todo a Macri, con Randazzo que desde el mismo 2015 reclutó a su gente bajo el ala de Monzó, como el caso emblemático de Marcio Barbosa, ex viceministro de Cristina a quien Monzó ubicó como cabeza de la estratégica Secretaría General de la Cámara de Diputados, los discursos de la totalidad como verdad no pueden exhibirse como un mérito en la trayectoria política.
Cuando el año que viene, la realpolitik obligue a Alberto a pedir la sanción de leyes, como la que pidió Cristina en 2011 para habilitar la colaboración de los militares en la lucha contra el narcotráfico en el llamado Plan Escudo Norte y dijo “seamos claros. Esta es la articulación inteligente del Ministerio de Defensa y las Fuerzas Armadas, y el Ministerio de Seguridad y sus fuerzas en la lucha contra el narcotráfico”, cuando Alberto pida una ley que no sintonice con el discurso jacobino, ese día, del Caño votará en contra y las Brítez y los Cácerez de hoy quedarán desnudos como el rey de los cuentos de Andersen.