Los casos del expresidente, Alberto Fernández y del diputado provincial, Germán Kiczka, dejaron expuesta la falta de coherencia entre el discurso y la realidad. En Misiones, el caso puede ser el golpe del fin para la Pyme Activar, partido de Pedro Puerta.
La política, al igual que la vida misma, se rige por una delgada línea entre lo que se es y lo que se aparenta ser. En una era donde la imagen pública a menudo supera en importancia a la realidad, los recientes escándalos que sacuden tanto a la escena nacional como provincial, ponen en evidencia las contradicciones y la hipocresía que parecen estar enraizadas en la política argentina.
Mientras los medios nacionales se deleitan en el lamentable espectáculo que rodea al expresidente Alberto Fernández, quien se encuentra bajo la sombra de una denuncia por violencia de género interpuesta por su expareja Fabiola Yañes, en Misiones, otro escándalo se cierne sobre la clase política. El diputado provincial Germán Kiczka, del partido Activar, fue acusado de un crimen mucho más abominable: la tenencia de material pedófilo, descubierto
en su computadora personal durante un allanamiento en su domicilio en Apóstoles. Este escándalo no solo lo involucra a él, sino también a su padre y hermano, quienes ya habían sido mencionados en una investigación previa.
El caso de Kiczka representa un golpe brutal para la oposición provincial, que vienensosteniendo su discurso en una supuesta superioridad moral. Un discurso que, en lugar de construirse sobre pruebas y hechos, parece haberse nutrido de acusaciones vacías contra el oficialismo de la Renovación. Ahora, con la moral de la oposición en entredicho, queda en evidencia la hipocresía de aquellos que pretenden erigirse como paladines de la ética y la
justicia, mientras en sus filas se esconden las peores lacras sociales.
Este golpe podría ser mortal no solo para Kiczka, sino también para su padrino político, Pedro Puerta, dueño de la Pyme Activar y su fantasía de convertirse en una alternativa real al oficialismo que gobierna la provincia desde hace 21 años. La cercanía entre Puerta y Kiczka hace que este escándalo lo salpique de manera directa, cuestionando seriamente su capacidad para liderar una oposición que se propone como moralmente superior.
El caso también desnuda la impericia política de Pedro Puerta, quien desde el inicio de la causa, cuando fue allanada la vivienda de los familiares de su mano derecha, intentó sostener una situación que desde el principio se convirtió en una bomba de tiempo en sus manos. En lugar de tomar distancia o, al menos, manejar la crisis con mayor prudencia, Puerta optó por un enfoque de negación y minimización, que solo contribuyó a empeorar la situación. Incluso tras el allanamiento en la propia casa de Kizka, desde la Pyme Activar, respondieron con
declaraciones vagas, afirmando que el legislador estaba a disposición de la Justicia. Este tipo de respuestas no hicieron más que evidenciar la falta de estrategia y la incapacidad de Puerta para manejar una crisis de esta magnitud.
Además, este escándalo deja en una situación incómoda a los dirigentes de la Unión Cívica Radical (UCR), quienes han compartido espacio con Puerta y Kiczka en la coalición Juntos por el Cambio, exponiendo la fragilidad de una alianza que, más que un proyecto político coherente, parece ser un mero rejunte de intereses.
La política es y siempre fue (y seguirá siendo), un juego de percepciones. Sin embargo, cuando el ser y el parecer están en tan flagrante contradicción, la credibilidad se convierte en el primer daño colateral. En este contexto, queda claro que la política necesita menos aparentar y más ser, con líderes que actúen con la ética que predican, si es que realmente desean transformar la sociedad y no solo ocupar un lugar en el poder.
En la batalla entre el ser y el parecer, la verdad siempre encuentra su camino a la superficie, y cuando lo hace, aquellos que sostuvieron su carrera política desde la hipocresía descubren, demasiado tarde, que sus máscaras no eran tan impenetrables como creían.
Por Sergio Fernández